Era una vez un muchacho que no obedecía; siempre sus padres le decían que se cuidase cuando fuera a alguna parte. Cada vez que salía al campo a cuidar los bueyes y cuando no cuidaba el ganado, y tenía lugar, se iba a jugar a los cerros, por los valles, por las barrancas; cuando no tenía trabajo, nada más salía. Por fin le dijeron: —Te vamos a decir, hijo querido, que te cuides, no sea que en alguna parte topes con los aires y jueguen contigo. —¿Qué clase de animales son esos aires? —Que los Aires no son animales; esos aires se respetan. —Por eso, díganme ustedes cómo son, que yo no los conozco. —Oye lo que te voy a decir: los aires son bonitos, se visten como danzarines, tienen muchos vestidos; a veces se cambian los vestidos cuando quieren. ¿Ya has visto ese pájaro que se llama chuparrosa, es así muy bonito? Estos lo mismo así se visten y an-dan de noche y de día; ya oyes, así es como se visten muy bien y muy bonitos, y así, como también son malos, se burlan de uno. —¿Y por dónde los encontraré? —No podré decirte por dónde; si los vas a buscar de por sí no los encontrarás; nada más cuando ellos quieren se avistan; ya te dije: los aires no se ven y en lugares muy lóbregos se avistan y son como muñequitos; a veces se esconden, algunas veces están jugando o corriendo; y si algo vas comiendo cuando pases, les participarás. —Por eso si los veo les participaré y si no, no. —Aunque no los veas, si pasas la barranca les dejarás una pequeña parte, o sea que les pases a convidar, y si alguna cosa vas comiendo y no les participas, alguna vez llegarás con un ta-fetán en la boca aquí, y si nada más vas pasando y te ven, desea-rán, y si no les dejas convidado, de por sí te pegarán en la cara, o sea que te den jiote, y así es como juegan con uno. —Entonces ahora ya sé: cuando vaya a alguna parte me cui-daré; cuando pase por alguna parte llevaré dentro de mi bolsa tortillas y fruta y así nunca me harán nada.
—Así, siempre cargarás lo que tengas que regalarles; lo que has de hacer es cargar siempre cigarros, eso es buen remedio, ahuyenta a los aires. Y así, cuando salía a alguna parte compraba como dos, o pa-rece que tres cajas de cigarros y dos de cerillos. Y como siempre se iba, una vez salió y se fue a leñar por den-tro de la barranca y entonces no se acordó de comprar cigarros. Llegó dentro de la barranca, dizque comenzó a leñar y olvidó con qué amarrar su leña. —Ahora voy a cortar bejuco para amarrar mi leña. Entró por dentro del marañal y se fue a encontrar los galli-tos; comenzó a cortar y comer y guardaba dentro de su bolsa, y cuando hizo remolino fue cuando se acordó que ahí dentro de ese breñal, por su izquierda vio una cueva, y luego dijo: —Aquí han de vivir los aires. Luego se espantó, se puso pálido, ya no sabía qué hacer y se decía entre sí: "Si salgo corriendo me han de oír y me maltrata-rán; y si despacio me voy, me tardaré y de por sí me verán." Oyó que dentro de la cueva soplaba el aire y decía el muchacho: —Ya vienen los aires, ya vienen corriendo, y oía que de veras muchos venían corriendo; parece que alguno lo quería coger. Salió corriendo asustado dentro del breñal; de la carrera que lle-vaba se pasó a lazar del cuello con un bejuco que llevaba y se privó; cayéndose, ahí se quedó. En su casa se asustaron de ver que no aparecía su hijo. "Ya se dilató", decían, y empezaron a preguntar: —¿Qué no han visto mi muchacho? —No, si me dijo que no más iba dentro del corral. —Puede que se haya ido por dentro de la barranca, señora; vaya a buscarlo, puede ser que ahí esté y algo le ha sucedido; lo asustarían los aires, corra usted a verlo. Luego salió la mujer y fue a buscarlo por dentro de la ba-rranca. De veras lo encontró que ahí estaba atado su hijo; empezó a gritar de miedo y a llorar, pues ya lo habían muerto los aires, y aquí recio fumaba el cigarro. Llegaron los cargadores y se lo llevaron a su casa; luego fue-ron a llamar a la curandera, que venga a ver a su muchacho, ya se enfermó de aires, y que lo venga a curar.
Vino la médica y luego empezó a curarlo. Lo sacudió dentro de un ayate y des-pués lo sobó en la barriga; le dieron a beber orines, y le untaron otras medicinas; al otro día muy temprano fue a ver al enfermo la médica y le dijo: —¿Cómo te sientes, cómo amaneciste? —Bien, pase usted. Aquí se quejaba, se quejaba, apenas podía responder. Des-pués le preguntó: ¿Ya te alivias un poco? Dime: ¿qué fuiste a buscar dentro de la barranca? —Fui a hacer leña. —¿Que no sabes que esos lugares son muy peligrosos? Nada más por ahí ya andan los aires, son muy malos y nada más te vas; no es bueno, oye, ya entiendes, no nada más te andes saliendo. ¿En dónde, o más bien, cómo te asustaron los aires? —Me acerqué junto a una cueva y los oí que venían corrien-do; parece que me seguían. —Por eso, ¿los viste? —Sí, los vi. —¿Cómo son ellos? —Los vi: son como muñecos bien vestidos, como los bailari-nes, y mucho brillan sus trajes; si viera usted, se parecen a ese pájaro de primorosas plumas como tornasolado, que cuando le da el sol, así, deslumhra la vista. —Todo está bien, ahora voy a curarte y mañana te vendré a ver cómo amaneces. Lo curó; volvió otra vez a preguntarle: —¿Y no viste otra cosa cuando te seguían los aires? —Cómo no. —¿Qué cosa?, dime. —Cuando salí corriendo, me seguían y me lazaron con el be-juco; fue cuando me dieron el golpe y ahí me quedé; ya no supe qué otra cosa me hicieron. Este muchacho se alivió y al siguiente año otra vez se enfer-mó: lo cachetearon los aires y con eso murió.
Pablo González Casanova, Cuentos indígenas, Miguel León-Portilla (prólogo), 4a. edición, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas , 2001, XXXIII+120 p. (Serie Cultura Náhuatl. Monografías, 7).
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